El caso es que nos saltamos los semáforos. ¿Por qué? Sí, ya sé que buscar ese porqué es dar un paso atrás. Lo que habría que hacer es explicar por qué no hay que saltárselos, glosar las consecuencias de pasar en amarillo cuando no procede o en rojo, que no procede nunca, y ya. Pero me resisto a pasar por alto algunas argumentaciones que he oído en ocasiones, más que nada porque me resultan chocantes. Quizá por reducción al absurdo ganemos algo de terreno.
Porque no viene nadie. Ya, vale. ¿Y qué? Un semáforo es una señal como otra cualquiera, hay que respetarla porque es una señal. ¿No viene nadie o te parece que no viene nadie? Porque son cosas distintas. ¿Y si adquieres el hábito de saltártelo porque crees que no viene nadie y viene alguien?
Porque tengo prisa. De acuerdo, entonces cronometra lo que te dura el semáforo en rojo. Cronométralo y cuando lo hayas hecho, mira sinceramente si ese tiempo que has estado detenido representa una gran pérdida en tu día. Si lo vas a recuperar antes de la próxima esquina…
Porque en mi ciudad los semáforos están mal coordinados. Bien, pero esos son dos temas distintos. Un chaval que cruce en verde con su bici no tiene la culpa de que el concejal de tu ciudad no haya sabido resolver mejor tu movilidad. Ve al Ayuntamiento, pero deja tranquilo al chaval de la bici.
Porque ese de ahí delante me ha hecho frenar y al final él ha pasado y a mí me ha dejado el semáforo en rojo. Buf, qué drama. De acuerdo, hay gente muy esperpéntica por el mundo, pero si por una de aquellas este salto de semáforo acaba mal… ¿qué me estás contando?
Porque no lo he visto. Touché. Según cómo, a todos nos puede pasar, así que lo único que se puede decir aquí es… fíjate más. Ojo, siempre y cuando no estemos hablando de un conductor que se salta siempre los semáforos porque nunca los ha visto, claro.
Porque no me da tiempo a frenar. Nooo, no, no, no, no, no. Eso sí que no cuela. Si está en amarillo y no te da tiempo a frenar en condiciones de seguridad, choques por alcance incluidos, vale. Pero en rojo ya no cuela, ¡que has tenido toda la fase amarilla para frenar! Conocí a una chica que llevaba años conduciendo en su país de origen. Se saltaba los semáforos siempre. Resultó que no sabía ni frenar ni reducir. Y claro, sin lo uno y sin lo otro, tenía un problema. Cuando le enseñé a hacer ambas cosas fue la mujer más feliz del mundo, porque le sabía mal saltarse los semáforos.
Y es que, después de todo, eso de incumplir las normas cuando conducimos nos duele. Si es verdad que como personas huimos del dolor, ¿por qué no vas a respetar un semáforo?
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