Ira y resentimiento son dos sentimientos habituales en las carreteras españolas. Diría, aún más, que son elementos de la vida cotidiana de muchas personas en cualquier ámbito. Muchas veces surgen de la frustración, que se produce por motivos económicos o por ilusiones no alcanzadas, pero en realidad no soy psicólogo y no se exactamente dónde están los orígenes de las conductas iracundas al volante. Y tampoco sé de dónde viene esa necesidad de algunos conductores por perjudicar a los demás de forma gratuita, por puro resentimiento contra “algo”.
Cuando un conductor “apura” ante un paso de cebra haciéndose el despistado ante el peatón que espera cruzar; cuando otro cierra la trayectoria para evitar un adelantamiento; cuando se utiliza el carril izquierdo con comodidad durante largo tiempo; cuando en ese mismo carril izquierdo se circula con parsimonia; cuando se ignora la existencia de los intermitentes para señalizar maniobras… los ejemplos son legión, y lamentablemente todo eso redunda en la acumulación de resentimiento en muchos conductores, que finalmente explota en forma de ira en el peor momento.